lunes, 22 de abril de 2013

A propósito de Demasiado lejos

Hace muchos años, siguiendo las desbocadas órdenes de mi corazón, me fui haciendo dedo hasta Valencia y ya desde allí, con pocas pesetas en mis bolsillos, me colé en un tren para llegar a Gandía, el lugar donde se encontraba la persona que, en aquellos días y noches, daba una razón de ser a todos mis acelerados latidos. Era la primera vez que estaba en el Levante, y cuando iba en el tren me sorprendí mucho al descubrir los arrozales que se extendían a ambos lados de la vía; si me hubiesen dicho que me acababa de despertar en la legendaria China no lo hubiese dudado. Después, descubrí el mar Mediterráneo y en su orilla, el bendito azar quiso que la llamada de mi corazón encontrase el eco soñado. Por supuesto, la imagen de los arrozales pasó a un muy segundo término, pero, aún así, quedó convenientemente archivada en mi disco duro. Es curioso, ha pasado tanto tiempo desde este recuerdo tan lejano que me da la sensación de que pertenece a una anterior reencarnación.
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Miles de días más tarde, y habiendo, incluso, cambiado de siglo, me encontraba impartiendo un curso de guión en las dependencias de ACE (Agencia Nacional del Cortometraje), situadas por entonces en la madrileña Calle Mayor. Uno de mis alumnos se llamaba (y llama) Javier Navarro, un joven ingeniero de Valencia que se había apuntado a las clases respondiendo a su escondida vocación. Fue tal nuestra mutua empatía que la noche en que nos despedíamos, él me pidió estar presente en alguno de mis próximos rodajes, y yo, que en ese momento (y aunque suene raro) no tenía todavía claro cuál sería misiguiente proyecto, ni corto ni perezoso, le propuse que se lanzase al vacío y se atreviese a ayudarme a producir un corto que, obviamente, se rodaría en Valencia, y que de ese modo, yo estaría encantado de tenerlo a mi lado y enseñarle todo lo que fuese posible, en la preproducción, rodaje y posproducción. Para mi gran sorpresa y alegría, Javier, tras unas mínimas dudas, se apuntó a la aventura y yo, con el entusiasmo que me embarga en cada nuevo proyecto, me encerré en mi casa y dejé abierto el grifo de mi imaginación.

La página,mejor dicho, la pantalla en blanco reflejaba, retadora, mi indecisión a la hora de escoger alguna de las muchas historias que comenzaban a asomarse tímidamente. De repente, y como suele pasar, el “pájaro” se coló por la ventana más inesperada. Celia Guerrero, mi mujer y la mejor actriz que conozco, y que, además, yo quería que fuese la protagonista (una cómoda y segura garantía de calidad), estaba ordenando su ropero (las actrices tienen vida doméstica) y dejó sobre la cama varias prendas, siendo una de ellas el hábito que había utilizado incorporando a la sorprendente Hermana Begoña en el entrañable corto “Rosita y Jacinto” (que podéis visionar en esta web). Pues bien, los inescrutables tejemanejes de la imaginación provocaron que en el instante en que mis ojos se posaron en el hábito apareciese al mismo tiempo en mi mente aquel lejano recuerdo de los arrozales valencianos. Sin perder ni un segundo, puse mis manos sobre el teclado y escribí: “La historia de una monja en China

Con la misma fuerza imparable, se presentó un posible argumento. Trataría sobre la especial relación entre una monja española y un campesino chino. Tras darle unas cuantas vueltas caí en la cuenta de que no podía contradecirme en una cuestión que siempre he defendido y puesto en práctica. Los personajes deben de hablar su propio idioma; es decir, si es ruso habla ruso, si es alemán habla alemán, si es de New Jersey habla inglés con acento de New Jersey, etc, etc. (“El momento oportuno”, “Tottalani uas doada”, “Una sola palabra” o “Kaninak, el esquimal bipolar” son trabajos míos que demuestran lo dicho.) Evidentemente, pueden existir excepciones debido a una razón argumental que justifique que el personaje hable español aunque sea de Bombay, como quedo bien patente en el reciente “Me llamo Rama”. (Cuyo tráiler podéis ver en esta web) De todas formas, a mí no me apetecía justificar que un pobre campesino chino hablase la lengua del Quijote, y tampoco me resultaba muy atractiva la otra opción, que los dos protagonistas hablasen chino; más que nada porque eso me obligaría a buscar a alguien que supiese traducir convenientemente los diálogos (algo en lo que suelo trabajar incansablemente hasta estar totalmente satisfecho, desde la primera palabra hasta la última coma), encontrar un actor chino (posiblemente, uno de los gremios profesionales con menos emigración a nuestro país), pedir, convencer y exigir a Celia que hablase ese complicado idioma (al menos, para nosotros), y por si fuera poco, aguantar una vez más a los que se quejan por el gran sacrificio que, al parecer, supone leer subtítulos. En cinco palabras: había que buscar una solución.

Por suerte, ésta no se hizo esperar demasiado; bastó con mirar el mapa de Asia, localizar China, poner rumbo al Este y descubrir, allí, esperándome, a las exóticas Islas Filipinas, cuyo pasado como colonia española me ponía en bandeja la posibilidad de que el campesino, además del tagalo, hablase, con mayor o menor destreza, el idioma del Imperio. Como propina a mi descubrimiento, se me brindaba la oportunidad de trasladar la historia al Siglo XIX, y ya puestos, (y para añadir un nuevo conflicto que alimentase el argumento principal) al año 1893, tan sólo un lustro antes de que “los últimos de Filipinas” se rindiesen al devenir histórico y regresaran a España para recibir el nuevo siglo envueltos en el invierno patrio y sin ninguna hermosa indígena a la que echarle el ojo y lo que hiciese falta

Y el definitivo premio, o guinda, a la ardua investigación que hice sobre ese lugar y periodo histórico, fue averiguar que fueron, precisamente, las Islas Filipinas la colonia de occidente donde el pueblo nativo (al margen de la paternal cristianización) fue menos explotado, prohibiéndose la esclavitud (bueno, es un decir) y rebajando considerablemente los tributos que el imperio invasor exigía al pueblo invadido. Y lo mejor (para mi historia, claro) es que todas esas mejoras que tuvieron lugar en Filipinas fueron debidas, exclusivamente, al esfuerzo y empecinamiento de las monjas y los misioneros. Ya tenía el terreno abonado; sólo me restaba ponerme a escribir como un poseso, dejarme llevar y no parar hasta poner el punto final

Bien,llegados a este párrafo (en el caso de que lo hayáis hecho) quiero aprovechar para dejar claro que cuando escribo estos “a propósitos” no es para comentar el cortometraje como creación audiovisual, ni para explicar las lecturas que ofrece, y de paso, destripar la historia antes de que los espectadores puedan sorprenderse con ella. Eso lo dejo para los críticos y analistas, que, además, cobran por hacerlo. Lo que yo pretendo hacer consiste, simplemente, en contaros y haceros saber, por si es de vuestro interés, peculiaridades, anécdotas y otras zarandajas que pertenecen al proyecto pero que nunca averiguaríais viendo y reviendo la película. Vamos, que esto es una sección de chismes combinada con las historias del abuelo Cebolleta; el que avisa no es traidor

Aclarado esto, y para aquellos que sigan leyendo, aún tengo unas suculentas anécdotas que intentaré explicar con mi mayor capacidad de síntesis; sin duda, algo muy discutible

El hecho de que hubiese transformado la nacionalidad del protagonista, y que ahora fuese filipino en vez de chino, no era un detalle que fuese a rebajar las iniciales dificultades del casting. Una vez más me serví de la impagable (y nunca mejor dicho) ayuda de mi gran amigo Miguel Ángel Escudero, a la sazón, responsable y miembro fundador de ACE, quien tuvo la gentileza de publicar en la agencia el casting de “Demasiado lejos” y los requisitos exigidos: actor filipino, joven, delgado y con el pelo largo. El modelo a seguir, físicamente hablando, era (no os asustéis) el hijo tocayo de Julio Iglesias. Con este conocido ejemplo pensábamos que la cosa quedaba bastante clara y que si existía en España alguien así, se daría por aludido, pero, en fin, la vida real siempre trastoca las más sólidas expectativas. Muchos actores comenzaron a mandarnos sus fotos y os puedo asegurar que la inmensa mayoría no tenían nada que ver con las características expuestas. Camioneros obesos, culturistas nórdicos, boxeadores negros, gondoleros calvos y otros personajes variopintos eran los que me venían a la mente cuando miraba aquellas fotos, y el que se parecía más (por decir algo) al hijo de Isabel Preysler era uno que podría ser el malo en una película de agentes secretos japoneses. Pues aún así, cuando creía que ya nada me podría causar asombro, me llegaron las fotos de una…¡guapa y rubia actriz valenciana! No pude resistirme y la llamé para agradecer su interés y decirle, por si no lo sabía, que ella, en efecto, era joven, delgada y tenía el pelo largo, pero de ahí a parecer un filipino, lo que se dice “un filipino”, pues no. Ella demostró su buen humor secundando con risas mi broma y excusándose por su absurdo atrevimiento. Unos minutos después de haber colgado, caí en la cuenta de que me había despreocupado por un personaje. La volví a llamar y ella, Paula García, acepto encantada el poder encarnar a la hija del hacendado, un personaje crucial en la historia. (Paula, además, hizo un gran trabajo y estoy deseando volver a trabajar con ella.) Moraleja: la suerte es de los valientes, e incluso los más absurdos atrevimientos pueden obtener una merecida recompensa

Volviendo al casting, por fin sonó la flauta y llegó la foto de Zack Eisaku. Vivía en Madrid, lo cité para el día siguiente y nada más conocerlo supe, tanto por su físico como por su sensibilidad (algo que queda patente en su gran trabajo ante la cámara), que acaba de conocer a Salu, el campesino filipino.
Curiosamente,Zack es japonés y habla inglés y español gracias a que, tras dejar su Okinawa natal, ha vivido unos años en California y otros tanto en Madrid. Zack me contó que siempre ha habido mucha relación entre los habitantes de su tierra (la isla situada más al sur del archipiélago nipón) y los de Filipinas. Aún así, yo, por si las moscas (o sea, para joder a los listillos) añadí un diálogo en el que Salu menciona a sus antepasados japoneses. (Zack ahora vive en Londres y me encantaría saber cómo le van las cosas

Toda la peli fue rodada en la ciudad de Valencia y sus alrededores, algo que ni siquiera llegaron a sospechar los espectadores filipinos, que se emocionaron viendo imágenes de sus añoradas islas, consiguiendo así que la verosimilitud de “Demasiado Lejos” pasase la prueba del algodón

Mucho después de haber hecho el estreno, descubrí, perplejo, que Ramón Blanco, importante militar español al que cita el hacendado, y de cuya existencia me enteré en un libro sobre los últimos años de la colonia española, era antepasado de dos gallegos muy cercanos a mí; Dani y Rafa Toba, grandes amigos a los que siempre tengo en mi corazón

La increíble banda sonora compuesta por el magistral Rodrigo Guerrero fue grabada en el gran dormitorio que tenemos Celia y yo. La habitación se llenó de músicos con sus instrumentos, atriles y partituras, y Rodrigo los dirigió sentado en la cama. Eso explica que en los créditos finales aparezca que la grabación tuvo lugar en el Estudio Big Bedroom Podría seguir contando más anécdotas, pero será mejor que me contenga y me despida recordando que gracias a Javier Navarro,(que hizo un inmejorable trabajo de preproducción) el rodaje discurrió de maravilla y se llevó a cabo en un intenso e inolvidable fin de semana. Tampoco quiero olvidarme de Rosa Montolio, gran maquilladora y mejor amiga, de Roberto San Eugenio, el impresionante director de fotografía (ésta fue la primera de nuestras fantásticas colaboraciones), de Jose María Álvarez, un buen amigo al que escogí para ser el hacendado porque siempre me ha recordado a Ed Harris (a falta de pan buenas son tortas), de Antonio Llorens, que es el ateo con mejor aspecto para ser un misionero decimonónico, o de Carmen Alonso, cuyo gran trabajo de edición fue la guinda que coronó el pastel

Sí, habéis acertado; “Demasiado Lejos” es uno mis trabajos favoritos y por esa misma razón me sigue resultando incomprensible que ningún festival español lo hubiese, al menos, seleccionado. Me jode, sobre todo, porque eso impidió que mi gran amigocio Javier Navarro pudiese recuperar (de momento) el dinero que tan generosamente invirtió. Eso sí, lo que sí me produce mucha alegría es saber que esta experiencia ha sido el inicio de una buena e inquebrantable amistad. Ahora sóloos resta ver el corto (si no lo habéis hecho ya) y si os apetece, comentarme o preguntarme lo que os venga en gana. Gracias por vuestra atención y por visitar mi web. Hasta pronto.

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