Hace muchos años, siguiendo las desbocadas órdenes de mi corazón, me fui haciendo
dedo hasta Valencia y ya desde allí, con pocas pesetas en mis bolsillos, me
colé en un tren para llegar a Gandía, el lugar donde se encontraba la persona
que, en aquellos días y noches, daba una razón de ser a todos mis acelerados
latidos. Era la primera vez que estaba en el Levante, y cuando iba en el tren
me sorprendí mucho al descubrir los arrozales que se extendían a ambos lados de
la vía; si me hubiesen dicho que me acababa de despertar en la legendaria China
no lo hubiese dudado. Después, descubrí el mar Mediterráneo y en su orilla, el
bendito azar quiso que la llamada de mi corazón encontrase el eco soñado. Por
supuesto, la imagen de los arrozales pasó a un muy segundo término, pero, aún
así, quedó convenientemente archivada en mi disco duro. Es curioso, ha pasado
tanto tiempo desde este recuerdo tan lejano que me da la sensación de que
pertenece a una anterior reencarnación.
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Miles de días más tarde, y habiendo, incluso, cambiado de siglo, me encontraba
impartiendo un curso de guión en las dependencias de ACE (Agencia Nacional del
Cortometraje), situadas por entonces en la madrileña Calle Mayor. Uno de mis
alumnos se llamaba (y llama) Javier Navarro, un joven ingeniero de Valencia que
se había apuntado a las clases respondiendo a su escondida vocación. Fue tal
nuestra mutua empatía que la noche en que nos despedíamos, él me pidió estar
presente en alguno de mis próximos rodajes, y yo, que en ese momento (y aunque
suene raro) no tenía todavía claro cuál sería misiguiente proyecto, ni corto ni perezoso, le
propuse que se lanzase al vacío y se atreviese a ayudarme a producir un corto
que, obviamente, se rodaría en Valencia, y que de ese modo, yo estaría
encantado de tenerlo a mi lado y enseñarle todo lo que fuese posible, en la
preproducción, rodaje y posproducción. Para mi gran sorpresa y alegría, Javier,
tras unas mínimas dudas, se apuntó a la aventura y yo, con el entusiasmo que me
embarga en cada nuevo proyecto, me encerré en mi casa y dejé abierto el grifo
de mi imaginación.