miércoles, 29 de febrero de 2012

A propósito de "Las lagrimas

Según me hicieron descubrir aquellas personas que tuvieron a bien hacer un análisis de las historias que escribo y que, después, con mayor o menor fortuna, convierto en imágenes, uno de mis temas más recurrentes, y que, aunque parezca mentira, yo utilizo de forma inconsciente, consiste en la ambigüedad que reviste toda supuesta verdad, en la doble lectura que ofrece cualquier aspecto o suceso de la vida, en lo engañosa que puede resultar esa primera visión, y que suele ser la causante de muchos de nuestros prejuicios.
Sin ir más lejos, algo tan cercano y habitual como un par de lágrimas deslizándose por unas mejillas es un ejemplo perfecto de esa disparidad de lecturas. Vamos en el metro y observamos como una mujer, sentada frente a nosotros, no puede evitar que de sus ojos se desprendan unas brillantes lágrimas. ¿Superada por la tristeza? ¿Desbordada por la felicidad? ¿Un problema ocular? Esta duda fue la que motivó que yo escribiese el guión de “Las lágrimas”.
De todas formas, aprovecho este blog para contaros algo que fue propiciado por este proyecto, y que, a pesar de que pueda llegar a parecer una anécdota divertida, ciertamente, no deja de ser la escalofriante constatación de una preocupante realidad.

lunes, 20 de febrero de 2012

A propósito de Una luz encendida

Posiblemente, ésta es la película que por primera vez me hizo atreverme a pensar que ya comenzaba a conocer alguno de los numerosos secretos del oficio de narrador cinematográfico. Al igual que en muchas otras ocasiones, tras pensar la historia cientos de veces y contársela, con entrega y sin cansancio, a todo aquel pobre incauto que se ofreciese como cobaya escuchadora,  me senté delante del ordenador y la escribí de una tacada, pero en esta ocasión sucedió algo que ya anticipaba la magia que tendría “Una luz encendida” una vez convertida en película. Amanecía cuando tecleé la palabra “Fin”, y en ese instante observé que los dorsos de mis manos estaban ligeramente humedecidos, como si las hubiese sacado por la ventana cuando está empezando a llover. De repente, descubrí que esas imaginarias gotas de lluvia habían sido, realmente, mis lágrimas. Me había metido de tal forma en la historia, y la había vivido con tal plenitud que la emoción contenida en ese guión se había apoderado por completo de mí. Ese pequeño detalle supuso un reto desconocido; era como encontrar un diamante y no saber qué hacer con él. No podía evitar considerar que mi experiencia en la vida no estaba a la altura de este proyecto; de hecho, a los pocos días hubo una productora que se mostró muy interesada, pero algo en mi interior me decía que aún tenía que dejar pasar más tiempo. Tres años después, superado el doloroso trance de un divorcio inesperado, decidí que ya había llegado el momento. Por primera, y hasta el momento, penúltima vez, pedí una subvención al Estado en nombre de mi productora Sierra Madre, y la sorpresa fue impresionante cuando supe que me habían concedido la mayor subvención de aquel año, 1999. Como a ello se añadió la compra de derechos por parte del Canal Plus, todo se puso en marcha, y a pesar del entusiasmo habitual en mis producciones, esta vez sentí que tenía que medir muy bien mis pasos.