Por
entonces (pensé que no volvería a comenzar un párrafo así), yo tenía la suerte
de vivir en una hermosa casa, dónde, como suele suceder, había una nevera.
Hasta aquí, todo normal; que viene a ser el prólogo que siempre antecede a los
sucesos extraordinarios. Dentro de la nevera. Allí estaba el resorte que
encendería la mecha. En una pequeña lata permanecían vírgenes los pocos metros
de celuloide que se habían librado de ser violados durante el rodaje en La
Gomera de “El Momento Oportuno”, un cortometraje bélico ambientado en plena
guerra de Vietnam. Viendo aquella lata que contenía apenas 6 minutos de
fotogramas vacíos, mi instinto depredador agitó mis entrañas de cineasta
convulsivo. Seis minutos, seis minutos…necesitaba encontrar una historia que
pudiese contar en tan poco tiempo.
¿Y por qué
tenía que ser una historia? Quiero decir que, aún siendo yo un amante
empedernido de las estructuras narrativas clásicas, comencé a plantearme que no
me vendría mal cambiar de paleta, e incluso, de pincel. Los pensamientos de una
mujer. Las imágenes que nos permiten ahorrarnos palabras que subrayan lo
evidente. Mi mente dejándose llevar como una balsa de troncos por el Mississippi
pero sin Huckleberry Finn a bordo. Tan sólo una mujer que recuerda las dudas
que tenía hasta que comprendió que es la vida la que nos guía, y no al revés,
aunque ya vivamos en el Siglo XXI.