viernes, 8 de julio de 2011

Rosita y Jacinto


En verano de 1999, estaba trabajando como actor en la popular serie  de televisión “Al salir de clase” (sí, habéis leído bien), haciendo el papel de tío Charly (¿alguien se acuerda?). Ok, pues mientras intentaba sobrevivir a aquellas grabaciones (me niego a llamarlo “rodaje”) tuve la fantástica noticia de que un guión, que había mandado a un concurso organizado por Fotogramas y Renfe, era uno de los finalistas, y además, sería publicado en la legendaria revista.
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Se trataba de “Rosita y Jacinto”, y cuando ya estaba en todos los quioscos me limité a esperar la llamada de esa productora ávida de cortos que rebosasen ingenio. Sí, lo habéis adivinado; un año más tarde decidí que mis sospechas de que no me llamaría ni Dios eran certeras. Por suerte, para entonces yo había estrenado ya “Una luz encendida” y me estaba dedicando a saborear las mieles del éxito; que hay que saborearlas mucho, porque eso del triunfo, si se trata de una sóla cosa, tiene una fecha de caducidad cada vez más corta.


Siete años y diecisiete cortos después de “salir de clase” abrí mi antiguo fichero de Sam Spade y extraje de entre los muertos vivientes aquel guión tan bonito; había llegado el momento de cancelar su periodo de hibernación. Yo, quizá porque soy un romántico trasnochado (nada como trasnochar), siempre me mantengo fiel a mis proyectos, y de vez en cuando, abro un poquito el cajón grande del fichero y susurro a los personajes de muchas historias, que tengan paciencia, que tarde o temprano, llegará la hora de su liberación.

Sin perder ni un nanosegundo, monté el equipo necesario. Luis Bellido y su ayudante Adrián de la Fuente se harían cargo de la fotografía, David Machado y su mano derecha, Daniel Fernández llevarían lo del sonido, Chicha Blanco, el maquillaje, María Domínguez y Diana Sieiro estarían ayudando en producción, y de auxiliares para todo, Orlando Villasenín (que se pasó, el pobre, horas y horas, solo en la vía, vigilando si venía el tren), Abelardo Rendo y Alex Mancera. Los demás nombres que salen en los créditos son amigos invisibles que siempre me ayudan, y que comprenderán, qué majos, que no los mencione. (No quiero que nadie más los contrate).

Respecto a los actores, la cosa estaba bastante clara. Como protagonistas, Rosita sería Camila Bossa, y Jacinto, cómo no, Fran Grela (Ya he perdido la cuenta de las veces que lo he convertido en pareja…de ficción). El camionero era un personaje perfecto para Luis Zahera. Yo sabía que, después de su magistral trabajo en “Una luz encendida” volvería a provocar que el público llorase, pero esta vez de risa; no me equivoqué. La Hermana Begoña le sentaría como un guante a Celia Guerrero, que en este corto empezó a enseñarme la diferencia entre una buena actriz y una ACTRIZ.

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Así que ya tenía el equipo completo; ahora sólo faltaba conseguir levantar el circo. Mientras Estrella Baltasar confeccionaba el hábito de la monjilla (utilizado años más tarde en “Demasiado lejos”), Celia Guerrero (que, además, es mi mujer…no, si pensáis eso estáis equivocados) y yo nos fuimos en mi aguerrido e incansable Green (un citröen xantia con el que cabalgué…¡600.000 km!...Oh, amigo mío, cuánto te echamos de menos) a recorrer incontables carreteras de monte y caminos sin nombre hasta que en Rabuñas, cerca del pueblo coruñés llamado Curtis (como Tony), encontré el sitio ideal: un paso de tren sin barrera ni casas cerca y con el espacio suficiente para ver al tren acercándose a lo lejos. Curiosamente, durante esta larga e intensiva búsqueda, descubrimos que los paisanos que estaban trabajando en el campo se detenían cuando nosotros nos bajábamos de Green, nos observaban sin parpadear, y cuando nos íbamos reanudaban, sin más, sus labores. No pude resistirlo, y la vaca que aparecía en el guión original se convirtió en la campesina que encarna Carmen Carpintero.
El paso siguiente fue conseguir el coche deseado, y fue, precisamente, Carmen la que me presentó a Norberto Vilanova, un chaval super majo de Lugo que se brindó a prestarnos el Dos Caballos amarillo que ya estaba en la historia cuando sólo era un boceto en mi imaginación.
Por medio de Pilar Comesaña, el Hotel Balneario de Compostela tuvo la gentileza de hacernos unos precios fantásticos a cambio de unas habitaciones estupendas. Y haciendo gala de su habitual generosidad, Carlos Asorey y Carmen Eixo nos darían gratis de comer y cenar unas cuantas veces. Javier Valiño, que por entonces mantenía en pie la productora Aldea Films nos prestó la cámara y material de iluminación. Lo mejor sería que después montaría allí el corto, y así fue como conocí a Manuel Buceta (que aún no sé si es mejor persona o profesional), que se convertiría en uno de mis grandes amigos y con quien espero cumplir juntos muchos sueños.

El rodaje, para no variar, fue una fiesta, en este caso, campestre, y entre otros milagritos, la empresa Muebles Jogafán nos prestó, de un día para otro, el increíble camión que aparece. El único problema consistió en el cambio climatológico (algo muy extraño en Galicia..¿o no?) que nos sorprendió cuando ya habíamos rodado unos cuantos planos. Bellido y yo decidimos cambiar la paleta cromática (suena pedante pero ahora no se me ocurre otra forma de decirlo) y al segundo día, cuando ya sólo faltaba una cuarta parte por rodar, los cielos volvieron a reírse de nosotros.
¿Qué qué hicimos? Sencillo, era finales de Julio, y casi toda la gente ya tenía planes para Agosto. Por lo tanto, pospusimos terminar la peli un día de principios de Septiembre. En la espera, Celia y yo nos fuimos en Green (¡que es el coche que conduce la monja! ¡Larga vida a Green!) a hacer un viaje tranquilo, sin prisas ni pausas, sin autopistas y procurando carreteras comarcales, desde A Coruña hasta….¡Oslo!. Os juro que la primera autopista que tuvimos que tragarnos fue a la entrada en Noruega. De todas formas, fue la única, ya que a la vuelta encontramos una ruta más “salvaje” para regresar a Suecia.
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De nuevo, en las tierras de Curtis, se añadió al equipo Felipe Castellanos, un amable chico de México, como nuevo ayudante de Luis. No quisiera olvidarme tampoco de que aquí fue la primera vez que Miguel Ladrón de Guevara, un viejo amigo de la adolescencia, compuso una Banda Sonora para mí, y que la grabación y mezcla de la música la hizo Sergio Pena, que años atrás había formado conmigo un grupo de rock, y que actualmente despliega su talento para intentar hacerse un merecido hueco en la composición de música para pelis.
Bueno, vale, no me olvido. Los créditos se los curró Martín DeSoto, y el diseño gráfico fue la primera oportunidad que tuve de disfrutar del singular ingenio de Antón Lezcano, que, además de seguir maravillándome con sus posters y carátulas, sorprendió a propios y extraños trabajando como actor en “A raza palleira”
Ahora, sólo necesitáis ver la peli y estar de acuerdo conmigo en que mereció la pena esperar siete años para rodar esta extraña y simpática historia de amor.



3 comentarios:

Manuel Macou dijo...

Me consta que comparto debilidad por Rosita y Jacinto con otros muchos.

Si algo se puede sacar en limpio de haber trabajado en Aldea Films son los compañeros que habitaban aquella cueva de locos... Y claro, que abrieras la puerta de la sala de edición en aquel caluroso día para hacerte amigo mío...

¡Cine en vena Alber! Largo, corto... no tiene importancia si tiene calidad. En ese sentido van a alucinar con Me llamo Rama y You know where I am.

Bendigo mi suerte por tener al lado a alguien con la tara de gastar todo su dinero en crear historias. Y que siga la luz encendida por muchos años.

Sergio Pena dijo...

Genial este corto, solo alguien con tu inteligencia y sensibilidad hace posible estas joyas. Que gran partido le sacas a los actores!! eso que alguno no es de mi gusto pero bajo tu dirección parece otro!!
Como nota negativa tengo que decir que el catering era mejorable.
Gracias Alber por acordarte de mi humilde aportación al corto.

Antón Lezcano dijo...

Pero Álber!
Tes un blog e eu sen sabelo!!!
Cómo vai todo? A ver cando nos vemos.
Moitas gzs pola mención. A ver cando subes a raza palleira :)
Bico forte aos dous.
A.