miércoles, 29 de febrero de 2012

A propósito de "Las lagrimas

Según me hicieron descubrir aquellas personas que tuvieron a bien hacer un análisis de las historias que escribo y que, después, con mayor o menor fortuna, convierto en imágenes, uno de mis temas más recurrentes, y que, aunque parezca mentira, yo utilizo de forma inconsciente, consiste en la ambigüedad que reviste toda supuesta verdad, en la doble lectura que ofrece cualquier aspecto o suceso de la vida, en lo engañosa que puede resultar esa primera visión, y que suele ser la causante de muchos de nuestros prejuicios.
Sin ir más lejos, algo tan cercano y habitual como un par de lágrimas deslizándose por unas mejillas es un ejemplo perfecto de esa disparidad de lecturas. Vamos en el metro y observamos como una mujer, sentada frente a nosotros, no puede evitar que de sus ojos se desprendan unas brillantes lágrimas. ¿Superada por la tristeza? ¿Desbordada por la felicidad? ¿Un problema ocular? Esta duda fue la que motivó que yo escribiese el guión de “Las lágrimas”.
De todas formas, aprovecho este blog para contaros algo que fue propiciado por este proyecto, y que, a pesar de que pueda llegar a parecer una anécdota divertida, ciertamente, no deja de ser la escalofriante constatación de una preocupante realidad.

Pues bien, resulta que, como todos sabemos, antes de comenzar a rodar, y de hacer la planificación técnica, es, obviamente, necesario encontrar las localizaciones adecuadas y más aproximadas al planteamiento visual del director. En este caso, nuestro objetivo era un hospital; concretamente, un pasillo y una habitación donde se reúnen y organizan su trabajo los empleados de un centro hospitalario; o sea, esa sala que se suele vislumbrar detrás del mostrador de recepción que hay en cada planta de un hospital, clínica, sanatorio…
Con esa idea en la cabeza, me acerqué al centro de salud de Pontones, ubicado junto a la Puerta de Toledo. Viendo que nadie me preguntaba nada, entré, como Perico por su casa, subí en el ascensor hasta el último piso, y desde allí comencé a bajar inspeccionando cada planta. A medida que avanzaba en la búsqueda del escenario perfecto me iba entrando la divertida sensación de que me había convertido en el hombre invisible. Dadas mis características físicas (alto y ancho), mi paso decidido y un morro que me lo piso, he gozado, a menudo, de ciertas facilidades para colarme en lugares que, en teoría, no podría entrar (conciertos sin tener entrada, comidas de boda sin estar invitado, buffets de hoteles sin ser huésped….) pero todo tiene un límite, y uno de ellos debería estar, por sentido común, en cualquier edificio en cuyo interior haya personas enfermas.
En fin, el caso es que aquel día, en cuanto hube localizado el pasillo y la sala que me interesaban, me dirigí a lo que se conoce como Información, y un hombre me indicó con quién tenía que hablar para pedir permiso si quería rodar allí algo. Y aquí viene lo bueno. La señorita en cuestión, nada más escuchar la palabra rodaje, me dijo que era imposible. Yo insistí, argumentando que sólo era un corto, y que no seríamos más de siete u ocho personas, y va la señorita y me suelta, con la seguridad y autoridad que le confería su cargo, que no había nada que hacer, que si no podía rodar dentro de las dependencias era debido a las ¡NORMAS DE SEGURIDAD!
No me lo podía creer. Yo me acaba de pasear por habitaciones con ancianos solitarios y entubados, por quirófanos vacíos…por algo parecido a una sala de calderas. Si fuera un sobrino travieso de Bin Laden, ya habría colocado 30 bombas…y esa tipa se atrevía a hablarme de normas de seguridad.
Desde entonces, tanto en Madrid como en otras ciudades de España, de vez en cuando, y si no tengo mucha prisa, cuando paso por delante de un centro hospitalario (sobre todo, de la Seguridad Social), ni corto ni perezoso, me paseo por todas las dependencias y el milagro vuelve a suceder: me convierto en el hombre invisible.
En cualquier ministerio te exigen la documentación y te obligan a vaciarte los bolsillos antes de pasar por el “arco detector de armas peligrosas”. En los aeropuertos tienes que hacer malabarismos para repartir todas tus pertenencias en varias bandejas de plástico (que parecen de un autoservicio para golosos), y si eres un hombre obeso, que si quiere verse sus partes tiene que recurrir a un espejo, te ordenan sacarte los zapatos y caminar descalzo mucho antes de llegar a la playa que motivó que te gastases una pasta en el billete de avión. Qué os voy a contar que no sepáis ya. Ahora bien, si queréis experimentar una plena libertad, la sensación de que sois personas que desprenden una absoluta confianza, no lo dudéis, daros un paseo (caminar es sano) por un hospital español, y si da la casualidad de que nos encontramos montaremos una partida de póquer en la sala de rayos x.
Bien, aclarado este vergonzoso punto, y por si alguien aún recuerda que todas estas palabras estaban, en principio, destinadas a comentar pormenores del cortometraje “Las lágrimas”, terminaré, por fin, explicando cómo resolvimos el arduo asunto de la localización.
Mi amigo Alfonso Casanova, músico y director de la academia Maese Pedro (situada en la calle Marqués de Cubas 25) me habló de su amigo Guillermo Alonso del Real, director de la Escuela Municipal de Arte Dramático de Madrid (situada en la calle Mejía Lequerica 21). Un poco preocupado por la falta de tiempo, (el corto era para el Notodofilmfest y la fecha límite ya estaba cerca) me personé allí raudo y veloz, y para mi gran sorpresa, me encontré con un largo pasillo que podría colar (como podréis ver) por un centro hospitalario. Hablé con Guillermo Alonso, un hombre amable y con gran carisma, que tuvo la gentileza de “saltarse las normas de seguridad” y dejarnos rodar durante la hora de la comida. Y por si fuera poco, también tuvo el detallazo de cedernos su despacho para convertirlo en la sala de enfermería.
Ésta es la historia que habita tras las imágenes de “Las lágrimas”. Espero que os haya, al menos, entretenido, y no quiero terminar sin antes mostrar mi gratitud a la sin par Chicha Blanco, que hizo un imposible hueco en su atareada agenda para ocuparse del maquillaje, y tampoco sin rendir, de nuevo, mi admiración ante el gran trabajo actoral que, sin apenas tiempo, nos regalaron Celia Guerrero, Ángeles Ladrón de Guevara, Edu Gorsy y Adrián Viador.
Por cierto, si a alguien se le ocurre rodar una historia que tenga lugar en un hospital, por favor, inventaros un control de seguridad más tan infranqueable como el de la Moncloa; a ver si así, los que cortan el bacalao pillan la indirecta. Gracias.

4 comentarios:

Javi dijo...

Cuidado si haces este tipo de visita a un centro de salud mental (manicomio) y te confunden con un enfermo...
Me encanta tu blog. Un abrazo.

Julia (no la Roberts) dijo...

Comparto opinión. Fan forever.

Besos.

Anónimo dijo...

mencanta tu blog el restaurante se sale, te lo digo de corazón y el sevicio inmejorable. Un dia que estess por ahi invitame a unas copas y ya nos echamos unas risas.

Chemeto

Anónimo dijo...

Me encanta la historia de los centros de salud. Podría ser una buena idea para... ¿un corto?